16.11.11

logró burlarse del sentido común y de las cosas que no saben morir.

La lluvia no paraba, estaba completamente mojada. Lo único que se podía escuchar era un cable suelto que pegaba contra la pared del edificio y las gotas que pegaban contra la reja y se dividían en partes más pequeñas y me mojaban de a poquito. 


Bariloche. Que momento de mierda. La semana más larga de toda mi vida. Tenía fe en que todo siga bien, pero el miedo se hacía notar. Perseguida imaginaba que pasaba algo, con alguien allá, te quedabas enganchado, me mandabas al carajo; siempre me planteo esos escenarios semi-utópicos, de agonía total, dónde todo lo malo que me puede pasar... pasa; doy por sentado que efectivamente, está pasando, y me maquino, cuando en realidad me está comprando chocolates y pensando cada tanto en mi. 
Te fuiste con algo pendiente que decirme en tu boca. Creo que por eso la semana se hizo interminable, pero al fin llegaste. Al día siguiente salimos, fuimos a comer al Carlitos, pero el de Olivos, el único que hace esos aros de cebolla que te gustan tanto. Caminamos unas cuadras y nos metimos a una plaza grande, con salida al río. Nos tiramos en el pasto a hacernos cosquillas, saltarnos encima, fuimos a comportarnos como chicos. Bien cagón como siempre, me sacó el celular y revisó algo que ya era evidente, pero lo hizo igual. Leyó una conversación dónde decía que estaba enamorada de él, y debajo una larga discusión sobre el tema. Me enojé. No quería que se enterara así; y todavía me acuerdo de tratar de contener las lágrimas, morderme los labios y respirar muy profundo, tratando de burlar al miedo que me dominaba. 


De novios hace meses. Mi inseguridad sigue estando, nunca se va a ir; mi transparencia y plena sinceridad me dejaron en un lugar realmente vulnerable frente a él. Me cansé de tratar de entender por qué no me dice las cosas. Me limito a disfrutar cada minuto que estoy con él, y a guardar en mi memoria, cada caricia, cada cosquilla, cada sonrisa, cada lágrima, cada abrazo, cada suspiro pesado al cuello y cada calentura. Todo. 


La lluvia había parado, pero los toldos de pisos más arriba seguían llorando. El sol ya estaba saliendo y los tonos anaranjados del cielo mezclados con las nubes blancas, hacían difícil encontrar desde mi balcón, la puntita del obelisco que siempre está ahí.
Mojada, reflexiva, y con hambre, fui a la cocina. Volví a mi cuarto, escurriendo agua por todo el piso, con una porción de pizza en una mano y un vaso de coca en otro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario